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  • thapsigargin El impulso universalista de Sur afect de distin

    2019-04-17

    El impulso universalista de Sur afectó de distintas formas su política editorial. En general transitó los marcos de los ideales de Victoria Ocampo, quien además de directora era mecenas del proyecto, y los de José Bianco, que desempeñó por más de 20 años las labores de la secretaría de redacción. La directora tenía lazos con Francia, según sus propias palabras ese país era la fuente de “su tradición espiritual”. A través del campo cultural francés llegó thapsigargin leer y a admirar ciertas figuras del mundo intelectual, no siempre reducido a Francia, como Aldous Huxley, Waldo Frank, Rabindranath Tagore, entre otros. Sus relaciones con muchos de los grandes escritores de la época, así como sus lecturas críticas y traducciones, estuvieron marcadas por la búsqueda del acercamiento a los personajes, por el intento de decifrar lo que esos nombres relevantes tenían de personas ejemplares, y por la voluntad de relacionar lo que se reflejaba en sus obras con la experiencia de vida. Ocampo creía que la cultura occidental, que en su caso comenzaba con el Dante, era la portadora de esos valores. Por esto su noción de buen gusto y calidad literaria no privilegiaba siempre la actualidad cultural, sino cánones universalistas de principios del siglo xx, cuando transcurrió su formación y sintió los rigores de la sociedad patriarcal que le restringió sus lecturas. Según los criterios de Ocampo, en lo universal literario entraban estetas como Paul Valéry y Paul Claudel, pero no expresiones vanguardistas y, como bien señaló Beatriz Sarlo, es posible afirmar que Sur en sus primeros números fue “la revista que Victoria Ocampo, de joven y adolescente, hubiera deseado leer: responde, más de veinte años después, a sus truncadas batallas de iniciación”. Pero los criterios de Ocampo no fueron compartidos del todo por José Bianco, a pesar de que como ella, éste confiaba en que lo universal estaba ligado a ciertos criterios de valor estético que se concentraban en el centro cultural de París. Bianco defendía la idea según la cual las mejores expresiones artísticas, aquellas que llegaban a conquistar la universalidad, se debían a un trabajo formal que estaba íntimamente ligado al sentido moral, pero que debían transmitir este sentido de una forma transparente. En uno de los debates de Sur, en “Moral y Literatura”, Bianco explica su idea de valor estético, afirma: “la expresión sólo es formalmente bella cuando es justa, es decir cuando las palabras cumplen su verdadera función: borrarse ante la idea que intentan enunciar, convertirse en vehículos imperceptibles de un significado”. Este valor estético en las obras, por lo demás bastante abstracto, justificaba para Bianco la lectura de ciertos escritores en un espectro universal. De modo que, muchas veces, para él, el trabajo formal estaba por encima de la función moralizante y por encima, también, de ciertos preceptos morales que se ajustaban al sentido de la tradición universal que Ocampo defendía. Por esto, y contra la voluntad de Ocampo, en las páginas de Sur encontramos intentos de universalización, esto es de difusión, de autores que no eran del gusto de la directora como Jean Genet. La revista conjugó, durante los años cuarenta y cincuenta, ambos puntos de vista, el de Ocampo y el de Bianco, y al final logró legitimar una política en la que ideales sobre el valor literario se mezclaron con un universalismo medido, por la capacidad de congregar muestras de la producción intelectual más prestigiosa del mundo de las letras. Los límites de este dibujo del mundo de Sur se condensaban en el referente de París, y en particular en laNouvelle Revue Frangaise (1908-) que se constituyó en la mayor fuente de novedad y calidad de literatura mundial para Ocampo y Bianco. Estos límites fueron continuamente transgredidos por Jorge Luis Borges que transitó cerca de la revista y aportó su cuota disonante, pues sus criterios estaban por rumbos menos ortodoxos que los de Ocampo e incluso que de los de Bianco: su afición a nucleosomes la literatura ficcional inglesa es tan conocida como su gusto por jugar con la figura del autor e inventar obras y autores apócrifos. Todo esto dio como resultado que en las páginas de Sur de las décadas del cuarenta y cincuenta circulara una amplísima colección de autores de varias partes del mundo. Entre los nombres que a partir de esta conjunción de distintos criterios llegaron a ser traducidos y comentados, y que para nuestros días resultan más familiares, podemos mencionar a D. H. Lawrence, Henry James, Virginia Woolf, William Faulkner, Jean Genet, Jean Paul Sartre y Albert Camus.